22 ene 2012

Lady Fatal

Rumbo a casa, solo se oía el sonido de sus tacones, el frío invernal inundaba sus pulmones y el estremecimiento asomaba a su cuerpo. Luces que juegan con sombras, sombras que huyen de las luces. Pintalabios rojo, ojos de rímel, largo vestido negro y la fiesta en su cabeza. ¿Qué era eso que sentía? ¿Cansancio? El alcohol ya había empezado a hacer de las suyas. Vio un banco y se sentó. Se reclinó hacia atrás y puso su mirada en la luna.

-Tú, -dijo señalándola -tú tienes la culpa de todo.

Comenzó a reirse ruidosamente. Algunas parejas pasaban al final de la calle y los coches en marcha eran murmullos en el fin del mundo. Dejó de reirse y volvió a mirarla:

-¿Por qué? ¿Por qué me lo has quitado? Yo era feliz y tú fuiste testigo en numerosas noches de nuestra pasión, fuiste testigo del desenfreno y de la ilusión que teníamos. ¿Por qué me has dejado verlo marchar con esa rubia, furcia barata? ¿Qué le da ella que no le dé yo? ¡¡Dime!! 

Se calló un momento...

Crees que ha sido culpa mía, ¿verdad? ¡Te equivocas! Él eligió su propio camino y yo le quería no tuve más que dejarlo marchar...

Comenzó a llorar, iracunda comenzó a pegarle al aire sin sentido alguno en sus movimientos. Sentía impotencia, rabia y vergüenza por haberlo visto marchar sin más. Se calmó, y continuó llorando.

Eres una niñata, -pensó- eres la niñata más engreida y odiosa del planeta. ¡¿Por qué?!

La rabia volvió a apoderarse de ella, se levantó y comenzó a pegarle patadas al banco, a la papelera que había al lado. Solo quería salir de allí volando y soltar toda la rabia acumulada. Ella tenía la culpa, ella lo había dejado marchar con esa rubia, furcia barata. Siguió pegando patadas, se dobló el tobilló y cayó al suelo. Abatida se quedó sentada y mirando al suelo. Paró un minuto.

El rímel se le había corrido por las lágrimas, se quitó el pintalabios con la palma de su mano, su largo vestido negro se había manchado y descalzó sus tacones. La fiesta ya no estaba en su cabeza, la sustituía el sonido de un cello. No tenía nada que hacer, había sido una historia Fatal.

El frío seguía congelando sus pulmones. Se levantó, dio media vuelta y prosiguió su camino a casa. Ya no se oía el sonido de sus tacones, ya no se oía nada.

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